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Comportamientos insólitos en la Naturaleza urbana 

Las personas afectamos a nuestro entorno natural aunque no queramos. Cuando en un hayedo nos indican que no salgamos de los senderos marcados para evitar la destrucción del hayedo nos puede parecer una exageración. Sin embargo, simplemente por pisar los bordes de los caminos podemos estar pisando los brotes de nuevas hayas sin darnos cuenta. Esto sucede, no es una exageración. 

Los entornos urbanos, obviamente, afectan de forma intensa a la flora y fauna que nos rodea. Desde las especies de plantas, arbustos y árboles ornamentales que no son propios de un lugar hasta la ruptura de espacios verdes y la desconexión entre los mismos. 

Es nuestro mundo urbano, sí, pero en él viven multitud de aves, y aunque no lo parezca son necesarias para el equilibrio de la Naturaleza, es decir, para nuestro propio equilibrio. 

Estas aves se han amoldado a vivir en unas condiciones en las que estamos presentes. Los gorriones comunes han llegado a tal grado de confianza con nosotros que se suben a las mesas de las terrazas de las cafeterías a picotear las migas de nuestros desayunos. 

Las urracas, córvidos inteligentes, guardan las distancias pero saben que dos o tres metros de distancia son suficientes y se acercan y se mueven a nuestro alrededor sin miedo. 

Lo mismo puedo decir de la lavandera blanca picoteando sobre las aceras de las calles colindantes de parques. 

Hasta aquí todo parece más o menos normal ¿o no? Ahora bien, si profundizamos un poco podemos ver abubillas en algunos parques que admiten la cercanía de las personas en unos tres o cuatro metros de distancia mientras comen. 

Esto es algo inusual, pero ocurre. 

De todos estos comportamientos más o menos «antinaturales», la semana pasada me encontré con uno que me sorprendió mucho, que nunca hubiera sospechado que pasaría. 

Paseando por una calle, bastante tranquila, por una acera ancha, pasé al lado de una pastelería con un par de mesas en el exterior al lado de la puerta del local. 

Podría esperar ver a esos gorriones comunes acercándose para pillar algunas migas. Pero no, lo que pasó fue algo que no había visto nunca. 

Se trataba de un carbonero común. Se acercó a los alrededores de la mesa ocupada por un par de personas. Un carbonero. 

Hasta aquí, aunque sorprendente, yo desde luego jamás he visto que hiciera algo parecido un ave que no fuera un gorrión.  

Pero la cosa no quedó ahí. El carbonero se puso a volar en vuelo estático a la altura de las cabezas de las personas sentadas a la mesa, justo al borde de la mesa.  

Jamás nadie ha tenido un carbonero tan cerca de la cara, ¡a menos de un palmo! 

El carbonero en vuelo estático entre las dos personas. Tan cerca estaba, y tan urbanitas somos las personas de ciudad, qué éstas de la mesa en vez de maravillarse se asustaron, he hicieron lo que pretendía el pájaro: lo espantaron con la mano y le tiraron una miga de lo que fuera que estaban comiendo.  

El carbonero rápidamente tomó con su pico la gruesa miga y desapareció volando a un árbol tranquilo desde el que poco después se le podía oír cantar con su rítmico sonido. 

Unos pasos más adelante unos verdecillos andaban en las ramas de un arbusto a menos de medio metro de las personas, eso sí, separados por una valla. 

Puede que tú estés habituado a estos comportamientos tan cercanos de las aves de ciudad, pero yo no, y no será porque no me voy fijando en las especies de aves con las que me voy cruzando.  

Creo sinceramente que son comportamientos aprendidos muy poco habituales. Y maravillosos. 

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Hasta pronto. 

Ignacio de Miguel 

hombredecimo.com 

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